Viajero del metro sin falsas poses
El fotógrafo Francisco Mata Rosas deja muy claro que a lo que va es a tomar fotos “es como decirles: si tú vendes discos, si tú eres prostituta, si tú eres policía… yo soy fotógrafo. Cada quien haga su chamba”TOMA DIRECTA. Sin ocultar ni fingir, el fotógrafo capta los rostros, personajes, comportamientos de esa ciudad subterránea y naranja (Foto: ARIEL OJEDA EL UNIVERSAL )
Lunes 14 de marzo de 2011Yanet Aguilar Sosa | El Universalyanet.aguilar@eluniversal.com.mx
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Nada toma por sorpresa a Francisco Mata Rosas. Lo ha visto todo. Con su cámara ha capturado el “amor” que ofrecen las prostitutas entre Candelaria y la Merced, al homosexual que en el andén de la estación Hidalgo espera “cliente”, a los que luchan por entrar primero al vagón en Pantitlán, a jóvenes amantes que en lo atiborrado del Metro encuentran espacio para darse amor.
Su método es arriesgado pero eficaz. “Mi estilo de trabajar es cuerpo a cuerpo, me gusta fotografiar a bayoneta calada; no uso telefotos ni cámara escondida, hago las fotos de manera directa, creo que así la gente no se siente engañada”. El fotógrafo deja muy claro que a lo que va es a tomar fotos “es como decirles: si tú vendes discos, si tú eres prostituta, si tú eres policía… yo soy fotógrafo. Cada quien haga su chamba”.
Sentado en el asiento que dejó libre un hombre de traje que bajó en la estación Bellas Artes de la línea azul, Francisco Mata Rosas (Ciudad de México, 1958) recuerda cómo hace más de 20 años comenzó a contar las miles de historias que todos los días tienen lugar en el Sistema de Transporte Colectivo Metro.
De entre las miles de fotos que conforman su archivo sobre el Metro, eligió unas 80 para su nuevo libro: Un viaje, que no es otra cosa que el cuaderno de notas de un usuario que ve al Metro no como un medio de transporte sino como un viaje constante y placentero, cargado de aventuras.
Mata Rosas es usuario igual que esa mujer que solitaria vende tortas en alguna estación grafiteada del Metro, igual que los dueños de esas manos que como enjambres se aferran al tubo, lo es tanto como los devotos de San Juditas que cada 28 de todos los meses del año hacen su peregrinación en esa larga tripa anaranjada que son las entrañas de la ciudad de México.
El fotógrafo entra seguido de un colega que le dispara, ni modo, esta vez le tocó ser el fotografiado. Entra y ninguno de los otros usuarios se sorprende del todo, ven a ese hombre alto de cabello rizado y con una mirada que todo lo registra detrás de los lentes, como uno más de los cinco millones de individuos que circulan diariamente por ese transporte.
Sin duda, es un usuario sólo que él, decidió construir una historia “una especie de cuento con mis apuntes, un relato que abre con la imagen de una muchedumbre entrando al Zócalo y cierra con la foto de la muerte saliendo de otra entrada de esa estación del Metro. Todo lo que sucede en medio de esas fotos, es el viaje”.
Crónica sin faltas de ortografía
Cuando era joven y estudiaba comunicación, ese hombre que acepta viajar por el Metro para enmarcar esta entrevista, asegura que aspiraba a hacer crónica urbana, pero ganó la foto.
“Fabrizio Mejía Madrid dice que sigo haciendo crónica urbana pero sin faltas de ortografía”.
Por eso cree que más que un ensayo o un reportaje, su trabajo sobre el Metro es una crónica. “Si lo tuviéramos que comparar con un género literario, mi libro sería una crónica urbana”. Por eso Un viaje, el libro publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana, donde él es profesor titular, incluye textos de dos cronistas: Carlos Monsiváis y Fabrizio Mejía Madrid que titulan su texto como “La hora del transporte. El Metro: viaje hacia el fin del apretujón”, y uno de Gildardo Montoya Castro.
Igual que ahora, Mata Rosas ha encontrado en el Metro a gente de diversos grupos sociales que toma distintas actitudes a cada hora, aún así, sabe que “todos volvemos al Metro parte de nosotros mismos y de nuestro espacio. El Metro, a diferencia de otros países, es un lugar seguro, lo complicado es cuando llegas a Pantitlán y debes salir para tomar un pesero”.
Encuentra muchísimas historias y ángulos. “Cuando empecé el proyecto quería fotografiarlo todo y lo hice, fotografíe cómo lavan los carros, cómo los reparan, el puesto central de control, las taquilleras y choferes, en las madrugadas y en las noches, pero con los años me di cuenta que no me servía nada, lo quería era otra cosa”.
El afán de ese hombre que experimenta con nuevas tecnologías, que en lugar de cámara usa su celular para seguir registrando, era bajar del Metro como arquitectura, como transporte y como sinónimo de una ciudad moderna, para concentrarse en la gente, pero sin hacer un inventario.
Al cruzar el torniquete
“Me gusta mucho la parte cachonda del Metro, la parte mágica, la ritual, la de libertad”, dice Matas Rosas en una banca de la Plaza San Fernando, a las afueras de la estación Hidalgo, escenario de infinidad de sus fotografías.
No duda que al final de cuentas, su libro es una ficción, el lugar donde construye su propia historia.
Para el fotógrafo, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, el Metro es una maqueta de la ciudad, donde lo que pasa arriba y abajo se parece, pero al mismo tiempo tiene sus peculiaridades.
“En cuanto cruzas el torniquete entiendes como usuario que hay una serie de códigos que debes respetar. Me llama la atención cómo la feroz lucha por el espacio en la superficie, aquí abajo se convierte en otra cosa, no sé si sea de una manera consciente o una resignación, pero adentro de los vagones hay una solidaridad silenciosa; parece que ya no cabe nadie y cuando las puertas se van a cerrar y alguien quieren entrar siempre se hace un hueco que le permite acceder”, señala el fotógrafo.
También está la solidaridad del tubo, siempre le haces espacio a otra mano. “El Metro es grande, son cinco millones de viajes o viajeros al día, es un país completo. No me puedo imaginar a la ciudad sin él, si hiciéramos una encuesta de diez cosas que identifiquen a la ciudad de México, seguro que el Metro va a estar porque es símbolo de nuestra ciudad”.
No es hora pico en el Metro, acaso las cinco y media de la tarde cuando hacemos con él un viaje por ese sistema que está por cumplir 51 años.
“Claro que esta es una ciudad inabarcable, infotografiable e indefinible, la última vez que se pudo abarcar en la fotografía fue en los 50, con Nacho López, creo que él sí pudo decir con sus imágenes ‘esta es la ciudad de México’. Hoy eso es imposible ahora hay tantas ciudades conviviendo en el mismo espacio y tantas maneras de verla”, afirma.
De ahí que su trabajo sea una suma que algún día podrá llegar a ser una panorámica. Ahí están sus anteriores libros: Sábado de Gloria (1994), sobre los balnearios en el Distrito Federal; México Tenochtitlan (2005), la mirada más abarcadora y profunda de la ciudad de México; Tepito, ¡bravo el barrio! (2007), donde retrata a los habitantes del barrio. Y ahora, “Un viaje”. “Son como pequeños capítulos donde yo voy construyendo mi ciudad, esa la ciudad que yo veo”.
De la cámara al Iphone
Aunque este año también cerrará su trabajo sobre Cuba, un proyecto de largo alcance sobre la vida en el barrio Centro Habana, que corresponde “más a mi mirada de finales del siglo pasado”, en este siglo XXI Mata Rosas se ha vuelto más tecnológico y experimentador.
“Estoy haciendo mucho video y trabajando con celular, utilizo la red para difundir más rápido las cosas; estoy en una búsqueda, tratando de encontrarle otros usos a estas nuevas tecnologías que no nuevos medios, sólo son nuevos lenguajes que se están construyendo, lo interesante es experimentar, estirar el lenguaje fotográfico, ver hasta dónde nos puede dar”, dice el fotógrafo que ha participado en más de 120 exposiciones colectivas y en más de 70 individuales.
Ahora, Mata Rosas trabaja la fotografía en otro sentido, a través de series cortas. “Los proyectos documentales a los que yo estaba acostumbrado eran como trasatlánticos, grandotes a largo plazo, ahora quiero trabajar es más como las lancha rápidas. Esa es la metáfora”.
Tiene tres proyectos al mismo tiempo que son pequeñas series: uno es muy estético, titulado “Instalaciones involuntarias” en el que busca situaciones de la vida cotidiana que podían haber sido construidas por un instalador, pero que la gente hace con un sentido utilitario”. Un segundo proyecto que hace con su Iphone es un recorrido por la frontera norte de México. “Son las fronteras verticales, más que está frontera horizontal que divide a México de Estados Unidos; para ello ando toda la línea entre Matamoros y Tijuana”. El tercer trabajo es “Se quedaron en el viaje” que, dice entre risas, “no es un retrato de mi generación”, sino una serie de fotografías sobre animales muertos en las carreteras.
Así es Francisco Mata Rosas. “Ya te había dicho que mi verdadera vocación no es la fotografía, sino la vagancia, cuando descubrí que por sacar fotos me pagaban, encontré el trabajo ideal, desde entonces sigo de pata de perro”, concluye el fotógrafo que literalmente, como en su mítica imagen de la muerte en el Zócalo, sale del Metro.
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