jueves, 7 de abril de 2011

El diario de una pelusa en el D.F: Mi viaje por el metro.Imprimir
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Escrito por El Jarocho   
A lo largo de la trayectoria de mi vida, he tenido muchas vivencias que me han llevado a aprender que para sobresalir en esta difícil meta de los sueños no tan solo basta ser una persona sensata, sino también tener unas cuantas malas costumbres y mañas, he llegado a esta conclusión después de un acontecimiento algo singular en el metro de la caótica ciudad de México.
altDebo aclararles queridos lectores que para mi fortuna soy orgullosamente “Jarocho” y por azares del destino ahora radicó en el DF; les platicaré una situación dentro de las tantas que me han acontecido en esta ciudad la cual se presenta en el metro, en uno de esos días calurosos en los que te levantas muy alegre y te diriges con rumbo al trabajo, pensando que te va a ir de maravilla, todo te parece perfecto, genial y nada puede arruinar tu día, no te imaginas que te espera un día de lo más común para muchas personas, he ahí el detalle porque tu no te consideras del montón.

Usualmente no viajó en metro, pero ese día tenía que hacerlo, cuando llegué al metro eran las horas pico, la gente corría y se empujaba para abordar al siguiente tren que estaba arribando en ese momento a la estación, yo me dirigía de lo más tranquilo pensando que no tenía sentido empujar a los demás, había salido con suficiente tiempo de la casa para llegar a mi destino, me lleve una enorme sorpresa cuando mi intensión era abordar uno de los vagones del metro, había cientos o miles de personas que en su intento de subir me empujaban y acariciaban por todo el cuerpo, mal comienzo, yo solamente quería abordar el vagón, no ser víctima inconsciente de acoso sexual por parte de quien sabe quién.

Después de un buen rato de estar esperando pacientemente a abordar el metro entre tanto ajetreo por fin me logré subir, aceptando tristemente que para no llegar tarde a mi destino debería viajar parado entre empujones, arrumacos, miradas lascivas y caricias de cuanto desconocido viajaba, para variar los asientos estaban ocupados por los “ancianos”, los “niños” y las “embarazadas”, más que embarazadas son señores con panza caguamera, en fin, inicie mi travesía de avanzar sólo dos estaciones, después de todo lo que ya había pasado no era nada, antes de lograr sujetarme bien de los barrotes del metro para no caerme, la gente no dejaba de empujarme y moverse para todos lados como si estuvieran haciendo el paso de Moon Walker.

Mi viaje era realmente corto, por lo cual debía aguantar el recorrido entre una mezcla de los más variados olores; desde aquel cuyo olor es insoportable porque hace meses no se baña hasta aquel que utiliza el perfume imitación de Carolina Herrera, por fin el metro hizo paró en la primera estación y pensé que el montón de gente reduciría para poder acomodarme y chance alcanzar un lugar, pero caí en una triste realidad, sucedió lo contrario, subió más gente, los empujones, arrumacos, caricias y olores se intensificaron.


Lo peor está por venir, también entre empujones se y logró subir un joven al vagón, pero se subió arrastrándose, así como que causando lastima y no queriendo pidiendo “pa un pan”, aunque yo diría “pa un jabón de baño” porque créanme ya le hacía mucha falta, el joven con una cara inspirando lástima y con tono de voz como si estuviera enfermo, se me acercó preguntando si me limpiaba los zapatos, no me dio tiempo de contestarle, a lo cual el procedió a aplicar un poco de saliva sobre ellos y limpiarlos, simulando lavatorio de pies en Semana Santa, , me dije este pobre tipo se ve que realmente lo necesita y no ha comido nada, como al prójimo hay que ayudarle con algo.

Mi sorpresa fue enorme, cuando después de darle una monedita de 5 pesos que tanto trabajo te cuesta regalarla y piensas que por haber limpiado tus zapatos se la merece, no es cierto, el tipo en cuanto acabó de “limpiar” mis zapatos y se detuvo el vagón se levantó del suelo como de rayo adoptando una postura y un tono de voz más saludable que la mía para despedirse de todos los que viajábamos en ese vagón deseándonos un muy buen día agradeciendo a la gente que coopero con su causa, apresurándose a abordar el siguiente vagón y tirándose al suelo para volver a aplicar el mismo engaño y ahí es cuando dices que poca madre porque mis pinches zapatos quedaros mas grasosos y mugrosos, pero ese cabrón se llevó una moneda mía la cual me hubiese servido para dos tacos de canasta, pero no, el destino lo puso en mi camino o más bien me deje llevar por el sentimiento de ayuda al prójimo, después sólo pude decir: “Esto solo le pasa a una pelusa como yo…”

A que le tiras mexicano cuando vives en el D.F.  xD…
Hasta pronto.
Espero sus comentarios en mi correo: diario.pelusa@yahoo.com

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